Mi abuela era muy conocida por su fe y por su falta de reticencia para hablar de ella.
Ella solía salir al frente de su casa y decir:
"¡Alabado sea el Señor!"
Entonces, uno de sus vecinos gritaba: "No hay ningún Señor."
En aquellos días mi abuela era muy pobre, así que su vecino decidió
probar que él tenía razón y compró una gran bolsa de comida y la puso frente a la puerta de mi abuela.
La mañana siguiente, mi abuela salió al frente de la casa y al ver la
bolsa dijo:
"¡Alabado sea el Señor!"
El vecino salió de detrás de unos árboles donde se había escondido y dijo: "¡Yo traje esa comida, y no hay ningún Señor!"
Mi abuela replicó: "Señor, no sólo me enviaste comida, sino que
hiciste que el demonio pagara por ella."
Ella solía salir al frente de su casa y decir:
"¡Alabado sea el Señor!"
Entonces, uno de sus vecinos gritaba: "No hay ningún Señor."
En aquellos días mi abuela era muy pobre, así que su vecino decidió
probar que él tenía razón y compró una gran bolsa de comida y la puso frente a la puerta de mi abuela.
La mañana siguiente, mi abuela salió al frente de la casa y al ver la
bolsa dijo:
"¡Alabado sea el Señor!"
El vecino salió de detrás de unos árboles donde se había escondido y dijo: "¡Yo traje esa comida, y no hay ningún Señor!"
Mi abuela replicó: "Señor, no sólo me enviaste comida, sino que
hiciste que el demonio pagara por ella."
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